Él era un hombre que
sólo vivía para emborracharse, que había sido despedido de un buen trabajo de
funcionario a causa de la bebida, y que aún teniendo tres hijos pequeños, y uno
de ellos con una grave enfermedad, consentía que toda la familia se mantuviera
con lo que ganaba su mujer como limpiadora y su hija mayor como prostituta.
Él era un hombre que
había llegado prostituir a su propia hija adolescente para poder seguir
emborrachándose, un hombre malvado y despreciable a los ojos de todos.
Este hombre, Marmeládov,
es un personaje secundario de la gran novela de Dostoievski “Crimen y Castigo”. Y este hombre malvado y
despreciable grita en un momento de lucidez:
“¡Necesito que me crucifiquen, que me
crucifiquen, no que me compadezcan! ¡Crucifícame, oh Juez, crucifícame, pero
compadéceme! Y entonces yo iré a ti por mi propio pie para que me crucifiques,
porque no es gozo lo que ansío, sino dolor y lágrimas…” [i]
Este es un grito a Dios
a modo de oración que brota de lo profundo del corazón de un ser despreciable a
los ojos de los hombres, un borracho, un alcohólico, que vive a costa de su
mujer y de su propia hija prostituta.
Marmeládov es un
personaje de novela, pero puede que encontremos muchos hombres como él en la
vida real de nuestra propia ciudad, en los suburbios llenos de miseria y
sufrimiento que nos rodean, o quizás en la misma puerta de al lado de nuestra
casa. Puede que alguien como él viva muy cerca de nosotros.
Estas palabras son la
expresión del sufrimiento de un hombre al que todos nosotros destinaríamos al
infierno más cruel, incluso en esta misma vida, y que sin embargo clama al
verdadero Juez, pidiendo su crucifixión como castigo merecido por todos sus pecados.
Un hombre que se sabe merecedor de la crucifixión y que clama al Juez Supremo.
A nosotros los
cristianos se nos ha manifestado este Juez. Este Juez que es Jesucristo y que ha
sido crucificado en su lugar. Y este Juez Supremo se nos ha manifestado a
nosotros para que podamos anunciar a este hombre, malvado y despreciable, y a
todos los hombres como él, una Buena Noticia, la única Buena Noticia que
existe: que el mismo Jesucristo, el Hijo Único de Dios, ha sido crucificado ocupando su lugar, ha
cargado con sus pecados, no tiene asco de él y puede hacer de él un hombre nuevo.
Nosotros lo podemos
anunciar porque hemos experimentado en nuestra vida que es verdad. Que Él no ha
tenido asco de nosotros, que ha cargado con nuestros pecados y ha ocupado
nuestro lugar en la cruz.
Y no lo podemos callar,
no lo debemos callar, porque el mundo está lleno de hombres y mujeres
desesperados, al borde del suicidio, que sufren por sus propios pecados y por
los de los demás, y que están esperando una Buena Noticia, la única Buena
Noticia que existe en todo el universo: que Jesucristo ha ocupado su lugar en
la crucifixión, sólo por amor, y que puede hacer de ellos un hombre nuevo para
siempre.
Salimos a las plazas a
gritar esta Buena Noticia porque el mismo Jesucristo nos dice, como le dijo a
la Madre Teresa: “llévame a ellos”.
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