El matrimonio es el sacramento más antiguo, ya está en el Principio de la creación, y es signo visible del eterno misterio revelado a lo largo de la historia de salvación de Yahvé con Israel, de Cristo con su Iglesia, y anuncia lo último y lo más nuevo: la unión esponsal con Dios que se culminará el Último Día de la creación.

El matrimonio “es signo que transmite eficazmente en el mundo visible el misterio invisible escondido por Dios desde la eternidad” (Juan Pablo II 20-2-80).

La virginidad de los consagrados y consagradas y el celibato de los sacerdotes anticipa aquello de lo que el hombre y la mujer se harán partícipes en la resurrección futura.  “Se puede decir que la elección de la continencia por el reino de los cielos es una orientación carismática hacia ese estado escatológico en el que los hombres no tomarán mujer ni marido” (Juan Pablo II 10-3-82).

La sexualidad está llamada a la santidad en tanto ha sido querida desde el Principio por el Creador para la unión esponsal en una sola carne del hombre y de la mujer, de la masculinidad y la feminidad, para que, confiados en el Creador,  sean bendecidos en la paternidad y maternidad de los hijos; sean bendecidos con el amor.

El pudor intenta proteger el sentido original esponsal del cuerpo tanto de la triple concupiscencia: de la carne, del mundo y de la soberbia de la vida. Rota la puerta del pudor, entra el adulterio.

Adulterio en el corazón y en el cuerpo (Mateo 5, 28). “La mirada expresa lo que hay en el corazón” (Juan Pablo II 10-9-80).

El matrimonio se ha convertido en un sacramento de salvación gracias a la encarnación y redención de nuestro Señor Jesucristo. “Muchos hombres y muchos cristianos buscan en el matrimonio el cumplimiento de su vocación. Muchos quieren encontrar en él el camino de la salvación y de la santidad” (Juan Pablo II 2-4-80).
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