Familia Vida y Libertad

¿De dónde recibe el pobre su dignidad? Sin dinero, sin poder, sin apariencia, ¿de dónde le viene su dignidad? En este mundo el que tiene más dinero, más poder, más influencia, más imagen y fama, es quien recibe más dignidad, y es tratado como tal por los demás. Entonces ¿cómo es que algunos desprecian todo esto, y se desprenden del dinero, la fama y el poder, como si fuera basura?

A esos es a quienes Jesucristo dijo: vosotros soís la luz del mundo, vosotros sois la sal de la tierra. A los pobres, los anawim. A ellos proclamó Jesús el Sermón de la Montaña: bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos, Mt 5, 3.

Los pobres de espíritu, los que ocupan el último lugar, son los que reciben su dignidad directamente de la mirada de Cristo.

La dignidad es la manera en que me veo en vuestros ojos, dice Harvey Max Chochinov, psiquiatra. La dignidad nos entra por la mirada, por la mirada de los otros. Desde el inicio de nuestra vida, la mirada del otro nos da o quita dignidad... la mirada de la madre, del padre, de nuestros hermanos, de nuestros amigos, de nuestro esposo y esposa... y al final de la vida, de nuestros hijos.

Buscad los vienes de arriba (Col 3, 1-2). Buscad el tesoro y la perla escondida (Mt 13, 44-46). Porque todo lo considero basura por amor a Cristo (Flp 3, 7-11).

Al fin vivo lo que creí. No me encontraré la muerte, sino a Cristo.

El kerigma es el tesoro del pobre, por el que todo lo demás es considerado basura:

Doy gracias a Dios por la riqueza encontrada en el tesoro escondido (Mt 13, 44), por la valiosa perla encontrada, porque desde que la encontré, todo fue basura para mí (Flp 3, 7). La verdadera herencia que quisiera dejar a mis hijos: buscad el tesoro escondido, y considerad basura todo lo demás.

Este es el tesoro escondido: el amor de Dios manifestado en Jesucristo crucificado por tí y por mí.

Puesto de rodillas ante el crucifijo de su celda gritaba cada mañana:

-¿Cómo podré amarte Señor si soy un asesino?

Y permanecía de rodillas, con los ojos puestos en las llagas del crucificado, mientras las lágrimas lavaban su rostro, y alegraban su corazón.

Hasta que una mañana el Señor le respondió:

-Déjate querer por mí, eso te basta.