Familia Vida y Libertad

El Enemigo es capaz de convencer a una madre que mate a su propio hijo antes de nacer. Pero una Mujer ha vencido al Enemigo. Dios ha pedido permiso para vencerle a una chiquilla virgen y humilde, y ella ha dicho que Sí.

María ha transformado una cueva de animales en la casa de Jesús, dice el Papa Francisco. María ha saciado nuestra tristeza infinita con el amor infinito de su Hijo. He aquí nuestra alegría.

Dios se ha hecho carne. Ha tomado un cuerpo. Hoy es el día de la gran caridad: Dios se ha hecho pequeño.

Amar a Dios encarnado, amar a Cristo, es amar la cabeza y el cuerpo de Cristo. ¿Cómo detestar a mi hermano? ¿Puedo amar a Cristo y detestar a mi hermano? ¿Puedo amar la cabeza y detestar al cuerpo? Porque la comunidad es el cuerpo de Cristo.

La Virgen María es la única que puede transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, ha dicho hace poco el Papa Francisco.

María, la chiquilla humilde de una aldea perdida del Imperio,  a quién Dios pidió permiso por mediación del ángel Gabriel para encarnarse en ella.

María, la muchacha humilde que dijo sí. Sin apoyarse en los bienes de este mundo, como el que vende todos sus bienes y sigue a Cristo, se abandonó plenamente a la voluntad de Dios, y se abrió a la vida.

Esta es su casa.

“Aquel que es la  Belleza misma se ha dejado desfigurar el rostro, escupir encima y coronar de espinas”.

Cristo rodeado de rostros que le odian y se burlan de Él; rostros malvados que no le conocen. Así éramos nosotros, como esos rostros, antes de encontrarnos con Él; así somos nosotros cuando no le amamos, cuando le rechazamos. Rostros malvados que no parecen humanos.

En esta pintura de El Bosco, La Verónica lleva en su pañuelo el Santo Rostro de Cristo. Se ha acercado a Él con amor.

A simple vista es la economía lo que mueve el mundo; el dinero, el poder... las grandes multinacionales, los poderosos medios de comunicación, el afán de consumo... la ciencia, la tecnología...

Profundizando más, parece que el mundo lo mueven las ideas, las creencias, los ideales, las ideologías, los políticos, los filósofos, los grandes pensadores...

Pero lo que de verdad mueve el mundo y la historia, es el amor.

La primera belleza es la de la creación, la del universo, la naturaleza, las galaxias, la ecología, la biologia, la vida...

La segunda belleza es la del amor, la amistad, el rostro, la familia, la maternidad, el heroismo, el valor, la libertad...

La tercera belleza es la del rostro de Dios, el Santo Rostro de Cristo crucificado, escupido, maltratado, despreciado de los hombres, el Siervo (Is 53), que tan desfigurado tenía el rostro que no le podías estimar.

¿Dónde estaba Dios en Auschwitz? ¿Dónde se había metido? Dios no estaba lejos. El Dios Padre de la creación no estaba ausente. El Dios encarnado, hecho carne en Cristo Jesús, estaba allí, junto a las víctimas inocentes. No les abandonó nunca, estuvo siempre a su lado.

Cristo entró con ellos caminando a las cámaras de gas.

(Pintura White cruxificion de Marc Chagall).

Un monje eremita del Líbano recibió la visita del Abad de un monasterio muy importante. Acudía en busca de consejo porque estaba desolado. Su monasterio durante un tiempo estuvo lleno de monjes jóvenes y generosos, ahora estaba casi vacío y la tristeza llenaba el corazón de los monjes. Antes acudía mucha gente a los oficios y ahora casi nadie acudía. La angustia y la desazón llenaban el corazón del abad que no sabía qué hacer y cuál era la causa de esa situación.

El hombre de hoy ¿se ha encontrado alguna vez con la belleza? Tantos hombres y mujeres que sacan a pasear su soledad por la ciudad, sólo acompañados por sus mascotas. Soledades, bajo un cielo de cemento, rodeados de feísmo y de grafitis. Cerrados a Dios; sin fe, hace tiempo que perdieron la alegría; porque la mentira del enemigo les dejó sin esperanza. ¿Se encontrarán alguna vez con la belleza?

El mal odia la belleza y la verdad.

Una noche de Navidad de 1886, un joven ateo, el poeta francés Paul Claudel, entró en la Catedral de Notre Dame, y quedó seducido por la belleza de la liturgia: "mi corazón se sintió tocado y creí". El encuentro con la Belleza le llevó al encuentro con la Verdad: "Es cierto. Dios existe, está allí. Es Alguien, es un ser tan personal como yo mismo. Él me ama. Él me llama. Me vi embargado de lágrimas y sollozos". Así relató él mismo años después el inicio de su camino de fe.